Frontera 4.0, menos filas, más PIB. La revolución (ya) en marcha del cruce inteligente
- Editorial
- 25 ago
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La competitividad del corredor México–Estados Unidos se decide cada amanecer en los puertos fronterizos. En 2024, la evidencia fue clara: más carga, más valor y más presión sobre la infraestructura. El Bureau of Transportation Statistics reportó que Laredo superó los 3 millones de camiones de ingreso desde México, un aumento de 3.1% frente a 2023 y casi la mitad del volumen de toda la frontera sur; es la fotografía de un sistema que funciona, pero que necesita moverse más rápido y con menos fricción. Al mismo tiempo, el valor del comercio transfronterizo alcanzó en promedio casi 3.5 mil millones de dólares diarios, subrayando que cada minuto perdido en la garita tiene coste macroeconómico.
El patrón 2024 también mostró contrastes por modo. En San Ysidro, los autos que entraron a EE.UU. desde México cayeron 6.4% frente a 2023 (14.83 millones de cruces), señal de elasticidad ante tiempos de espera, costos y alternativas modales. En paralelo, el número de autobuses que cruzan desde México a EE.UU. disminuyó 12.4% entre 2019 y 2024, aunque el total de pasajeros de autobús desde México creció 2.6%: menos unidades, pero mejor ocupación y rutas más eficientes.
¿Qué funciona y dónde acelerar? Primero, la gestión de carriles por riesgo y tecnología. En un “día típico” de 2024, CBP procesó 1.15 millones de pasajeros/peatones, 270,800 vehículos particulares y 88,582 contenedores; mantener ese flujo exige carriles confiables (SENTRI a 15 minutos; Ready Lanes a la mitad del tiempo de las generales) y expansión de programas como FAST para carga. La experiencia de Santa Teresa, NM, confirma que la ingeniería de procesos importa: la ampliación reciente añadió tres carriles comerciales y un carril FAST, con esperas sistemáticamente menores que en El Paso para camiones, un “laboratorio” de cómo despresurizar nodos saturados sin sacrificar seguridad.
Segundo, los proyectos “inteligentes” que combinan peaje dinámico, datos en tiempo real e integración binacional. El nuevo puerto Otay Mesa East —con plataforma de 31 hectáreas y hasta 20 carriles (10 autos, 10 carga)— fue concebido para administrar la demanda y acercar tiempos de cruce del orden de 20 minutos mediante cobro y operación inteligente; el cronograma evolucionó hacia una apertura por fases, pero la lógica de diseño se mantiene: pagar por certidumbre y emisiones más bajas.

Tercero, digitalizar el cruce de personas. El puente CBX (TIJ–San Diego) se volvió en junio de 2025 el primer cruce terrestre en EE.UU. con el sistema biométrico EPP para reingreso, acortando el trámite de miles de viajeros diarios y ofreciendo una referencia replicable para terminales intermodales y estaciones transfronterizas de autobús.
Cuarto, integrar la fiscalización sin duplicidades. La “inspección unificada” (Unified Cargo Processing) de CBP y SAT reduce revisiones redundantes y esperas en carga; cuando se despliega bien, libera capacidad sin gastar una sola losa adicional de concreto. La priorización de corredores “verdes” de carga —como el memorándum Laredo–Monterrey anunciado en agosto de 2025— añade una capa de planeación logística y tecnológica que baja tiempos y huella ambiental en un corredor que mueve el corazón manufacturero del T-MEC.
La ganancia no es solo de eficiencia: es seguridad. Menos tiempo en fila implica menos oportunidades para incidentes, más visibilidad operativa y mejores perfiles de riesgo. Y es también política pública: cuando las garitas funcionan, tumban narrativas de caos y protegen empleo local a uno y otro lado. Universidades y centros como UTEP, El Colef y UC San Diego han documentado por años el impacto económico de recortar minutos de espera; la aritmética sigue vigente con nearshoring: más minutos “verdes” en frontera se traducen en mayor recaudación local y más resiliencia en cadenas de suministro.
¿Dónde estamos parados rumbo a 2025? Con señales mixtas. Por el lado positivo, enero de 2025 trajo un alza anual de 7.9% en el valor del comercio EE.UU.–México y 10.2% más carga en camión, validando que la demanda existe si se garantiza certidumbre operacional. Del lado de los riesgos, la volatilidad arancelaria en sectores clave, los cuellos de botella urbanos para acceso a garitas, y la fragmentación tecnológica amenazan con “devolver” al sistema minutos que ya habíamos ganado.

Mi diagnóstico para 2025 es pragmático: el potencial se desarrollará si hacemos tres cosas sin excusas. Uno, cumplir metas de servicio (SENTRI 15 minutos y Ready a 50%) con tableros públicos por puerto y sanciones operativas si se incumplen. Dos, estandarizar la capa digital: citas y ventanillas únicas de prevalidación para carga, identidad y prechequeo biométrico para personas, trazabilidad y precios dinámicos transparentes en cruces de cuota. Tres, blindar una cartera binacional de proyectos —Otay East, expansiones en Laredo/El Paso/Santa Teresa, y BRT transfronterizos— con gobernanza y métricas compartidas de tiempo, emisiones y costo por cruce. La frontera ya produce; lo que falta es administrar el tiempo como activo estratégico. Si 2024 nos enseñó que cada minuto cuenta, 2025 debe ser el año en que compremos —y cuidemos— esos minutos con ingeniería, datos y política pública coherente.
Escrito por: Editorial
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