De taller del T-MEC a superpotencia manufacturera. El nearshoring que reescribe el mapa de Norteamérica
- Editorial

- 15 sept
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México vive un punto de inflexión industrial. El reacomodo de cadenas globales y la integración con Estados Unidos y Canadá están convirtiendo al país en el gran hub productivo del hemisferio: en 2024, México se consolidó como el principal socio comercial de bienes de EE. UU., con un comercio total de 839,900 millones de dólares —505,900 millones en importaciones de México a EE. UU. y 334,000 millones en exportaciones estadounidenses a México—, por encima de Canadá y China. Es la prueba más visible de que la “fábrica del T-MEC” ya opera a toda máquina.
La evidencia doméstica también es contundente. Las exportaciones mexicanas alcanzaron un máximo histórico de 617,100 millones de dólares en 2024, un crecimiento anual de 4.1%. Casi 90% del valor exportado fueron manufacturas (89.8%), lo que confirma la especialización industrial del país y su acoplamiento al mercado norteamericano.
La inversión extranjera directa acompañó el ciclo: México registró un récord de 36,872 millones de dólares en 2024. Sin embargo, el detalle importa: la IED se apoyó mayormente en reinversión de utilidades —28,710 millones—, mientras que la “nueva IED” cayó 39% frente a 2023. El 54% se dirigió a manufactura, sobre todo equipo de transporte, lo que habla de profundidad industrial pero también de la necesidad de ampliar el abanico sectorial para capturar más valor.
La geografía del nearshoring se observa en el terreno. Los parques industriales miembros de AMPIP reportaron niveles de ocupación de 98% en 2024 y registraron 196 nuevos inquilinos en 2023 (46% por encima del promedio 2018-2022); esperan ritmos similares en 2024-2025. El principal cuello de botella que señalan los desarrolladores es la electricidad: 55% identifica el abasto eléctrico como la limitación número uno para atraer empresas, seguida de seguridad y disponibilidad de gas y agua.

El componente binacional del fenómeno es tecnológico. Washington y Ciudad de México acordaron en 2024 una hoja de ruta conjunta para semiconductores —diagnóstico de capacidades, talento y regulación— que conecta el CHIPS Act estadounidense con programas de formación de capital humano en Norteamérica (por ejemplo, alianzas universitarias como la de ASU con instituciones mexicanas). Si México acelera talento técnico e insumos intermedios, puede “subirse” a las capas de mayor valor de la cadena.
La logística transfronteriza también se está reconfigurando. La nueva conexión ferroviaria internacional en Laredo, concluida en diciembre de 2024, duplicó capacidad de cruce de carga por tren y refuerza la columna vertebral del comercio sobre el corredor Texas-Noreste de México. Es un hito silencioso, pero estratégico, para descongestionar la frontera y abaratar tiempos.
Ahora bien, 2024 también dejó lecciones. Las olas de calor provocaron alertas operativas y apagones en mayo, evidenciando que la infraestructura eléctrica —transmisión, distribución y generación limpia— es condición sine qua non del nearshoring; sin ella, el costo-país sube y los anuncios de inversión tardan en materializarse. La política energética debe priorizar permisos, expansión de redes y certidumbre regulatoria para que CFE y la inversión privada mobilicen capital a gran escala.
En 2025, la agenda política marcará el ritmo. México y EE. UU. abrirán la antesala de la revisión del T-MEC prevista para 2026: el diálogo empezará este mismo año, con un menú de temas que va desde reglas de origen automotrices hasta mecanismos laborales y ambientales. El riesgo de tarifas unilaterales o endurecimientos regulatorios existe; la oportunidad, también: usar la revisión para afinar estándares, digitalizar aduanas, certificar insumos regionales y blindar cadenas críticas. La clave será negociar manteniendo certidumbre para la inversión.
¿Qué sigue para escalar de “fábrica del T-MEC” a potencia manufacturera global? Primero, una estrategia industrial explícita y binacional que alinee incentivos de innovación, descarbonización y contenido regional, con metas medibles por clúster (automotriz-eléctrico, aeroespacial, dispositivos médicos, agroindustrial inteligente y microelectrónica). Segundo, infraestructura crítica: energía asequible y limpia, agua segura para uso industrial, y puertos/frontera con ventanillas únicas 24/7. Tercero, talento: certificaciones técnicas bilingües, movilidad laboral transfronteriza y capacitación en IA, robótica y ciberseguridad para PYMEs proveedoras. Cuarto, Estado de derecho: seguridad en corredores logísticos y ejecución de contratos. Quinto, financiamiento: fondeos de cadenas de suministro para TIER-2 y TIER-3 que permitan elevar contenido nacional y productividad.

Mi diagnóstico para 2025 es optimista pero cauteloso. La demanda estadounidense y las ventajas de cercanía seguirán impulsando relocalizaciones, y la infraestructura fronteriza muestra avances. Pero la ventana no será eterna: si la energía no llega a tiempo, si la revisión del T-MEC deriva en incertidumbre o si las cadenas de semiconductores no encuentran talento, parte del pastel migrará a otras geografías pro-industria. México y EE. UU. pueden convertir el nearshoring en palanca histórica si hacen tres cosas con realismo y velocidad: consolidar certidumbre regulatoria, invertir masivamente en redes eléctricas limpias y profesionalizar su ecosistema de proveedores. De ese trípode depende que Norteamérica pase de la coyuntura a la competitividad estructural.
Escrito por: Editorial




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