¡Guardianas del agua! Cómo las mujeres están frenando la sed donde el Estado no llega
- Editorial

- 30 sept
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2025 nos encuentra con un respiro estadístico pero un reto más complejo. En México, la superficie con sequía cayó a 17.7% a mediados de julio de 2025, desde 51.2% un año antes, gracias a lluvias por encima de lo normal; el alivio, sin embargo, no elimina la fragilidad estructural de los sistemas rurales de agua. En ese contexto, las mujeres en comunidades dispersas—desde la Sierra Wixárika hasta los valles de Oaxaca—están sosteniendo, innovando y, sobre todo, gobernando el agua: su liderazgo ya no es anecdótico, sino una capa institucional emergente documentada por la academia mexicana.
La dimensión de género es económica. En México rural, solo 60% de la población accede a agua potable, y la carga de acarreo y gestión recae de forma desproporcionada en mujeres y niñas; con ello se pierden horas productivas y educativas y aumenta el costo de oportunidad local. En 2024, nuevas evaluaciones del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua mostraron que la captación pluvial en viviendas—acompañada por organización comunitaria—mejora calidad de vida, reduce gasto en pipas y acorta tiempos de cuidado, con impactos directos en ingresos y salud de las mujeres. No es casualidad que proyectos de cosecha de lluvia en territorios indígenas, como los impulsados en la Sierra Wixárika, estén integrando formación técnica para mujeres, profesionalizando brigadas locales y dejando capacidad instalada para operación y mantenimiento.
Del lado estadounidense, 2024 cerró con más recursos federales comprometidos para agua: la Ley Bipartidista de Infraestructura canaliza más de 50,000 millones de dólares para modernizar redes y plantas, y en anuncios recientes se asignaron 5,800 millones para que los estados aceleren proyectos, con prioridad a comunidades desatendidas y rurales. Aun así, la brecha persiste: más de dos millones de personas en EE. UU. carecen de grifo o sanitario en casa y, en la Nación Navajo, cerca de 30% de las familias aún vive sin agua entubada; ahí proliferan soluciones fuera de red que, con frecuencia, son coordinadas y sostenidas por liderazgos femeninos comunitarios. La investigación aplicada de 2024 también puso foco en la resiliencia de los sistemas rurales ante el clima, proponiendo marcos de gobernanza centrados en comunidad—otra puerta de entrada para que mujeres lideren la planeación hídrica.
La política pública binacional, por tanto, no parte de cero. En 2024, universidades y centros de conocimiento reforzaron el puente entre técnica y territorio: en Arizona, el Water Resources Research Center consolidó programas de extensión, capacitación y redes de liderazgo—incluida la visibilización de mujeres profesionales del agua—con metodologías transferibles a zonas rurales de Sonora y Nuevo México. En México, el Instituto Mora y la UNAM documentaron el liderazgo femenino en conflictos y gestión del agua en ámbitos rurales, desmontando la idea de que las mujeres ocupan “roles de apoyo” y evidenciando su capacidad para negociar usos, tarifas, mantenimiento y tecnologías apropiadas.

Balance 2024: hay avances medibles—más financiamiento en EE. UU., expansión de soluciones de captación y evidencia de impacto en bienestar femenino en México—pero también inercias: acceso desigual, sistemas municipales subfinanciados y una brecha digital que limita la operación remota de sistemas pequeños. Traducido a economía real, significa costos logísticos altos (pipas) y productividad perdida por horas de acarreo; traducido a gobernanza, implica que si las mujeres ya operan y deciden en comités, la política debe presupuestar con lentes de género y profesionalizar su rol, no precarizarlo.

¿Qué pide 2025? Primero, presupuestos con reglas claras que remuneren el trabajo comunitario—en especial el femenino—en operación y mantenimiento, integrándolo a los programas rurales de ambos países. Segundo, un “kit binacional” de tecnologías probadas para comunidades pequeñas: captación de lluvia con potabilización, telemetría de bajo costo, cloración automatizada y microredes solares para bombeo. Tercero, alfabetización hídrica y financiera para juntas locales con prioridad a mujeres tesoreras y operadoras. Cuarto, vasos comunicantes entre las carteras federales de ambos países para replicar pilotos exitosos—desde las brigadas de captación en México hasta los fondos estatales de infraestructura en EE. UU.—con seguimiento de impacto en tiempo real. Si el objetivo es resiliencia territorial, la ruta más costo-efectiva es potenciar a quienes ya están gestionando el agua: las mujeres que, desde la periferia, sostienen economías locales, reducen riesgos sanitarios y estabilizan cadenas agroalimentarias. La sequía de 2024 dejó claro que la volatilidad climática no se administra solo con represas; 2025 debería ser el año en que los gobiernos de México y Estados Unidos, sus universidades y los fondos de infraestructura reconozcan—en contratos, tarifas y datos—que el liderazgo femenino en el agua no es un “programa social”, sino el amortiguador sistémico que nos permite seguir produciendo, estudiando y viviendo.
Escrito por: Editorial




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