Conectividad o rezago, el futuro de las zonas rurales se juega en la infraestructura digital
- Editorial
- 15 abr
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En la era de la inteligencia artificial, el nearshoring y la automatización de servicios, hablar de desarrollo sin hablar de conectividad digital es hablar a medias. Para México y Estados Unidos, la optimización de las redes de comunicación en zonas rurales no es solo un tema de justicia social, sino una cuestión estratégica de competitividad binacional. Municipios apartados sin acceso a internet de calidad están quedando al margen del comercio, la educación, la salud y la participación democrática, generando una brecha que amenaza con convertirse en abismo.
Durante 2024, ambos países aceleraron esfuerzos para cerrar esa brecha. En México, el programa Internet para el Bienestar, impulsado por CFE Telecomunicaciones e Internet para Todos, logró cubrir con señal 4G a más de 72 mil localidades rurales, con un avance de cobertura del 84.5% en comparación con las 65 mil localidades conectadas en 2023, según datos de la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT). No obstante, solo el 53% de los hogares rurales cuenta efectivamente con acceso a internet, evidenciando una disparidad significativa frente al 90% en zonas urbanas. Del otro lado de la frontera, Estados Unidos destinó más de 42 mil millones de dólares en 2024 a través del programa Broadband Equity, Access, and Deployment (BEAD), centrado en estados con alta dispersión poblacional como Texas, Arizona y Nuevo México. Las universidades de Stanford y la Universidad de California han señalado que, aunque el acceso ha mejorado en zonas rurales, la calidad del servicio sigue siendo intermitente y limitada, especialmente en comunidades indígenas y fronterizas.
El reto no es únicamente tecnológico, sino estructural y político. La inversión en infraestructura digital debe acompañarse de una arquitectura legal que garantice el acceso como derecho humano, fomente la inversión público-privada y establezca reglas claras para la cooperación binacional en telecomunicaciones rurales. A pesar de la firma de acuerdos recientes entre la Federal Communications Commission (FCC) de EE.UU. y el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) de México para evitar interferencias en la franja fronteriza, la implementación conjunta sigue siendo lenta. Las zonas rurales mexicanas del norte, especialmente en Chihuahua, Coahuila y Sonora, podrían ser estratégicas para el desarrollo de cadenas de suministro regionales si estuvieran plenamente conectadas, pero siguen dependiendo de esquemas de conectividad frágiles.

En términos económicos, estudios del Banco Mundial y del ITAM coinciden en que una mejora del 10% en la conectividad de banda ancha en zonas rurales puede incrementar el PIB local en hasta 1.4% anual. Asimismo, la digitalización de servicios públicos y la adopción de herramientas de educación en línea podrían reducir los costos operativos municipales hasta en 25%, fortaleciendo los gobiernos locales en ambos países.
Mirando hacia 2025, el mayor reto no será tecnológico, sino de coordinación. La infraestructura ya existe o está en vías de desplegarse, pero hace falta una visión metropolitana e interestatal que articule esfuerzos regionales. Para México, esto implica descentralizar la política digital hacia los municipios, dotándolos de capacidad técnica y presupuesto propio para gestionar proyectos de conectividad. Para Estados Unidos, el reto está en garantizar que los fondos federales lleguen efectivamente a las comunidades más marginadas y no se queden en los niveles intermedios de gobierno.
Además, ambos países deben coordinar el uso de frecuencias, homologar regulaciones técnicas y establecer corredores digitales transfronterizos que permitan el flujo libre de datos sin afectar la soberanía tecnológica de ninguna nación. La conectividad rural no puede seguir siendo un tema accesorio. Es, en realidad, la columna vertebral de una economía binacional más equitativa, resiliente y preparada para enfrentar los desafíos de una década marcada por el cambio climático, la migración digital y la automatización de la vida cotidiana.
La disyuntiva está sobre la mesa: o invertimos en cerrar la brecha digital rural o condenamos a millones de personas a quedar fuera del mapa del desarrollo. La conectividad no es un lujo, es el nuevo oxígeno del siglo XXI.
Escrito por: Editorial
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