¡México 2050, la potencia joven que reconfigura Norteamérica!
- Editorial

- 15 sept
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En 2050, México puede emerger entre las grandes economías del planeta si convierte su demografía en productividad y su integración con Estados Unidos en innovación. El bono demográfico —una población aún relativamente joven frente al envejecimiento acelerado de Europa y Asia— es la ventaja comparativa más subestimada de nuestra década. Las proyecciones del Consejo Nacional de Población apuntan a que la mediana de edad rondará los 40 años en 2050; hoy seguimos por debajo, lo que da margen para formar talento y capitalizar la ventana demográfica. En 2024, el índice de dependencia total fue de 48.7% (habitantes dependientes por cada 100 en edad de trabajar), un nivel manejable si se expande la formalidad y la productividad.
La palanca económica de esa demografía es la integración productiva bajo el T-MEC. En 2024, México cerró el año como principal socio comercial de bienes de Estados Unidos, consolidando cadenas de valor que van de la electrónica y la automotriz a la agroindustria. Texas, corazón logístico de esa relación, registró 281.2 mil millones de dólares de comercio con México en 2024, confirmando que la “fábrica de Norteamérica” opera a escala metropolitana en la frontera. Esta densidad comercial es el puente hacia 2050, cuando estimaciones de PwC colocan a México dentro del top-10 global (y séptimo por PIB en paridad de poder adquisitivo), si mantiene un crecimiento sostenido y una agenda pro-productividad.
Los avances de 2024 muestran una economía resiliente, pero con señales mixtas. El PIB avanzó alrededor de 1.3% anual, moderándose tras el dinamismo pospandemia; aun así, el salario mínimo tuvo un aumento de 20% desde enero de 2024 (a 248.93 pesos/día en la zona general y 374.89 en la frontera norte), sosteniendo el poder de compra de los hogares y empujando consumo en sectores urbanos. En paralelo, la Inversión Extranjera Directa alcanzó un récord de 36,872 millones de dólares, con mayor peso de reinversión de utilidades en manufactura, lo que confirma que las multinacionales reinvierten en México para seguir abasteciendo a EE. UU. desde aquí.
Este impulso reconfigura el mapa industrial. La asociación de parques industriales (AMPIP) reporta 464 parques en operación y ocupaciones cercanas a “lleno total”. Encuestas BBVA-AMPIP de 2024 confirman 98% de ocupación y un flujo sostenido de nuevos inquilinos para 2024-2025, con actividades centradas en automotriz, manufactura avanzada y logística. El mensaje es claro: hay demanda para nearshoring, pero también cuellos de botella de oferta. El mayor: energía eléctrica suficiente y confiable; a ello se suman gas, agua e inseguridad en corredores logísticos.

Para que la demografía y la manufactura se traduzcan en liderazgo global en 2050, la agenda bilateral con Estados Unidos debe blindar certidumbre. En 2025 arrancó la revisión del T-MEC antes de 2026, un momento clave para actualizar reglas, disipar incertidumbre y elevar contenido regional en sectores críticos (chips, baterías, equipo médico). Pero también aumentó la volatilidad: la imposición en 2025 de un arancel de 17% a los tomates mexicanos y el laudo de 2024 contra las restricciones a maíz transgénico son recordatorios de que la integración se defiende todos los días, con evidencia, diplomacia y diversificación sectorial. La oportunidad sigue ahí: la manufactura norteamericana necesita a México para recortar dependencias asiáticas; el reto es alinear política industrial, estado de derecho y logística transfronteriza para capturar mayor valor agregado local.
El componente tecnológico será decisivo. Brookings advierte que el nearshoring solo rendirá frutos plenos si México eleva productividad, profundiza encadenamientos y acelera energía limpia competitiva. La evidencia de 2024 lo respalda: la ocupación industrial sin precedentes se topa con límites de transmisión y distribución; resolverlos requiere inversión público-privada, regulación predecible y proyectos binacionales de interconexión eólica/solar respaldados por almacenamiento. A la par, universidades y centros en ambos países ya miden el pulso de la integración: desde la UNAM se subraya la urgencia de convertir el bono demográfico en capital humano; en EE. UU., instituciones como la Universidad de Texas y Arizona documentan el salto del comercio interestatal con México, una base empírica para coordinar formación dual, certificaciones y movilidad laboral calificada.

Mirando a 2025, el diagnóstico es tan ambicioso como exigente:
Primero, productividad: crecer arriba de 3% sostenido exige inversión total superior a 25% del PIB, difundir automatización en pymes y multiplicar ingenierías y técnicos con inglés y competencias digitales.
Segundo, energía y agua: sin capacidad eléctrica adicional, transmisión moderna y gestión hídrica en zonas de expansión industrial, el nearshoring perderá velocidad.
Tercero, certidumbre regulatoria y seguridad: simplificar permisos, reducir tiempos de conexión y blindar corredores reduce costos y eleva la inversión nueva —no solo la reinversión—.
Cuarto, diversificación tecnológica: atraer semiconductores, baterías y salud digital ancla I+D y salarios altos. Si México y Estados Unidos coordinan estas piezas, el país no solo mantendrá su liderazgo exportador; convertirá su bono demográfico en un dividendo de productividad que lo proyecte, para 2050, como potencia joven, innovadora y norteamericana por convicción.
Escrito por: Editorial




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